jueves, 18 de agosto de 2011

Indiferencia al dolor

Hay preguntas que no necesitan respuestas. Las hacemos para entrar en sintonía, para empatizar, para decir: "puedo entenderte".
"Empatía" es meterse en la piel del otro, "caminar con sus zapatos". Es una capacidad cognitiva que no todos los humanos utilizamos, aunque sea de extraordinaria importancia para los que la reciben. Es un gran acto de generosidad.
Los médicos, especialmente los que nos tenemos que confrontar con el sufrimiento ajeno, tenemos constantemente ocasiones de demostrar nuestro vínculo solidario hacia el enfermo.
Un ejemplos: una persona lleva cinco años con un dolor cruel como una neuralgia del trigémino, o sufre por una lumbalgia de forma repetida, o simplemente, debido a la edad, empieza a notar que  "le duele todo". Un simple paseo puede transformarse en una agonía.
 ¿"Como te encuentras animicamente"? Puede ser una pregunta banal. A veces no se tiene ganas de responder, otras no se puede contener la emoción y el llanto. Sin embargo muchos pacientes aprovechan para explicar como se ha deteriorado el humor, porqué se han reducido las actividades sociales, que su caracter ha cambiado empeorando las relaciones interpersonales.
Una vez más estamos frente al paradigma del "dolor". Nos hemos acostumbrado a asociar los conceptos de dolor y sufrimiento, de sensación desagradable y pena. Pero hay que recordar que sensación de dolor (nocicepción) no es lo mismo que el sentimiento de dolor.
¿No parece exagerado que un dolor de muela, por terrible que sea, pueda acabar con la "persona" tal cual la conocemos?
¿Como se justifica que un dolor por una artrosis de rodilla  nos lleve a no querer ver a nuestros nietos o a olvidar a nuestros amigos?
¿Y sobre todo, como se explica desde un punto de vista científico y finalístico, que una alarma por un daño periférico acabe por comprometer muchas actividades cerebrales?
Si tuviera la respuesta probablemente habría probado a escribir un libro. Es más, creo que me fascinaría investigar el porqué de este fenómeno, el cómo ocurre. 
 De momento lo único que me aporta algún dato interesante son los estudios del neurólogo Antonio Damasio, profesor de la Cátedra David Dornsife de Psicología, Neurociencia y Neurología de la Universidad del Sur de California. En su libro "El Error de Descartes" nos cuenta la experiencia que vivió personalmente cuando tuvo la oportunidad de conocer de cerca a pacientes con dolor severísimo, que venían tratados por el neurocirujano. Hoy  las lesiones de las vías centrales del dolor se siguen practicando en casos muy seleccionados. La historia que nos cuenta es la de un señor con  tic doloroso o neuralgia del trigémino, una afección muy temida. Efectivamente es un dolor repentino, como una descarga eléctrica en la cara,  se desencadena por el simple contacto de la piel, o por comer algo o simplemente sin razón aparente. En estos casos, me refiero al dolor facial, los niveles de depresión asociada al dolor alcanza los niveles más altos. Bien, nos cuenta Antonio Damasio que el paciente , debido a la refractariedad de su condición, se iba a someter a una leucotomía, también conocida como lobotomía prefrontal (consiste en interrumpir las conexiones de las áreas frontales del cortex).
¿El resultado?
¿Dejó el paciente de recibir sus terribles descargas?
La respuesta es no, pero lo más sorprendente es que dejó de sufrir, se quedó indiferente al dolor.
Otra vez una lesión en el sistema nervioso, provocada o accidental, nos desvela algo de su funcionamiento. El circuito de transmisión de la sensación dolorosa, en concreto la descarga eléctrica se quedó intacto, pero dejó de comunicarse con el área que procesa las emociones asociadas con el dolor. Como dolor, sin sufrimiento. 
Otra vez nos volvemos a preguntar qué ventaja tiene para la especie humana sufrir además de tener dolor. Si la percepción de dolor ya me avisa y me aleja de un peligro presente o potencial, ¿porqué además sufrir?
¿Es un mecanismo protector más sofisticado?
La cuestión no está cerrada, pero me temo que tampoco la solución próxima. Para entenderlo hay que dar muchos pasos en la comprensión del órgano más fascinante del reino animal: el cerebro humano.