miércoles, 20 de octubre de 2010

Los caprichos de los receptores


A unos 100 km al norte de la línea del círculo ártico, en territorio sueco,  la ciudad de Gällivare guarda un curioso primato. Entre sus más de ocho mil habitantes, hay unos cuarenta casos documentados de una curiosa condición: la analgesia congénita. Los portadores de esta rara variante genética no sufren dolor. A veces tampoco tienen sensibilidad al calor o al frío.  A esas latitudes los inviernos son extremos, pero no hay nada que haga pensar que sea un mecanismo adaptativo. De hecho la "insensibilidad al dolor", conocida en inglés como CIP (congenital insensitivity to pain), se encuentra en más pacientes alrededor del planeta. Su extraña concentración en este rincón del Ártico es probablemente  debida a mecanismos genéticos facilitados por el aislamiento. Son solo suposiciones. De todos modos, aunque presente de forma ubicuitaria, es una condición muy rara.


Pero nos revela cuan importante es para el ser humano que su sistema de activación de dolor esté íntegro, aunque esto conlleve la percepción de sensaciones desagradables (nocicepción). Como es de esperar las personas con CIP no son capaces de notar los daños tisulares que en la mayoría de personas desencadenan "el dolor agudo". Unos ejemplos nos ayudarán a hacernos una idea concreta. Los niños con CIP sufren lesiones bucales, heridas cutáneas, fracturas óseas. Además de lesiones oculares por la insensibilidad de la córnea. 

Con los años los adultos a menudos tienen grave problemas articulares degenerativos debidos a los traumatismos repetidos. Otras veces aparecen úlceras cutáneas por decúbito. Graves deformidades pueden alterar su aspecto. La investigación ha aclarado que la ausencia o mancato funcionamiento de un receptor están implicados en el origen de esta condición. Por curiosidad, el receptor es el Nav1.7.
Este ejemplo de ausencia de dolor ofrecido por la misma naturaleza nos explica la importancia del correcto funcionamiento del sistema nociceptivo. La normal percepción del dolor es un mecanismo de defensa que probablemente hemos construido durante millones de años para protegernos de un ambiente potencialmente peligroso. Hay que considerarlo como una preciada herramienta biológica para la preservación de la vida.